Camila había extraviado sus ilusiones en la pila de ropa de su pieza, durante su adolescencia. La secuencia fue más o menos así: un día se estaba preparando para salir con sus amigas, y en el debate de qué ponerse procedió a vestirse y desvestirse repetidas veces, mirarse al espejo, cambiar su peinado, y en uno de esos movimientos las ilusiones quedaron enganchadas al bretel del push-up -que se quitó cuando pasó del strapless a una remera floja, que no justificaba la ingeniería de elevar su humilde busto-. No se percató en el momento del extravío, sino que continuó con el plan de salir. En la noche se notó más desinhibida, y cuando estaba en eso de bajarle la caña al tercer o cuarto chico se dio cuenta que no tenía ilusiones. Al volver a su casa revolvió la pila de ropa como quien cumple superficialmente con las tareas escolares, y las ilusiones quedaron allí.
Sin ilusiones experimentó una ligera euforia de presente, y comenzó a correr y vivir. Así pasaron unos cuantos años. La juventud sorprendió a su adolescencia, y la celulitis a sus muslos. En algún momento comenzó a tener sed. Sospechó que se trataba de sed de algo específico, pero se trataba de sed de sed.
hay panchito... si supieras cuantas ilusiones se nos quedan enganchadas en tantos lados... hasta ésta,de querer reirme un rato con catalino, y terminar pensando... (ya sabes quien soy, no hace falta que firme, tocallín)
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