martes, 12 de abril de 2011

Interlude: The lone ranger (part 3)

   Tres, le gustaba el número. Entre ceja y ceja había un espacio, triple combo. También estaban las orejas y la nariz. Los pechos y el ombligo. Two of a kind y un tercero para hacer la diferencia. Una multitud. Pensaba en los colores del semáforo, las películas de Volver al futuro, Indiana Jones, Toy Story. Y el vals, y tantas otras cosas (casi como la fiebre de un sábado azul y un domingo sin tristeza).
   Aún así, quedaba aquello pendiente, no el blanqueo de dientes (aún no justificaba el gasto), ni la celulitis, que esperaba agazapada. No no, era esa otra cosa. Algo que la interpelaba desde algún lugar bajo el pelo embarullado de la nuca, cerca de la base del cráneo, una mezcla de escalofrío y migraña atípica que la hacía excéntrica de sí misma. Era repetir en el cuerpo las palabras que nunca llegan.
   Un día escuchó una historia, o mejor dicho, una explicación. Estaba en una fiesta, y uno de esos tipos que siempre habla mucho sin decir nada, comentó que los bichos nocturnos -polillas, escarabajos y otros- revolotean alrededor de las lámparas porque las confunden con la luna, o con su reflejo en el agua. Entonces, buscando orientarse o beber, giran alrededor de aquello que parece ser, pero no es.
   Aparentemente retuvo la información, pero no le prestó demasiada atención hasta la noche siguiente. Estaba sentada en el porche de su casa, mirando el jardín. Intuyó que no estaba sola. Miró hacia los costados y hacia arriba. Vio una mariposa revolotear alrededor de la lámpara. La observó chocar y quemarse. Finalmente murió sobre su falda, extendiendo su probóscide en un gesto de sed.
   Camila lloró largo rato, era (el principio) (del fin) de las cosas de siempre.