martes, 14 de febrero de 2012

Rumiantes

   -Hay ciertas cosas que se dan por sobrentendidas-. Eso fue lo que me dijo, apenas un instante antes de levantarse y retirarse con cierto barullo de la mesa del café. En el momento no atiné a hacer nada en el plano físico, sino que me sumí en una especie de abstracción reflexiva (me colgué, bah), intentando de resolver las implicancias de la frase.
  Semejante actividad rumiante no pudo menos que causar cierta impresión, no perdurable espero, en aquellos que me observaban. Muchos han intentando después tratar de describir externamente mi apariencia, pero sostengo que la procesión va por dentro; y si caían o no gotas de saliva de la comisura de mis labios, es por entero accesorio a lo esencial del asunto.
   Cabía preguntarse sobre la triple indefinición de la frase: "ciertas" cosas quiere decir no todas, lo cual conlleva un clasificación a todas luces imposible, puesto que remite a alguna propiedad de éstas que hace que deban ser o no atribuibles de una sobrecomprensión. Es decir, la frase indica de por sí a una especie de circularidad, y jamás entendí la alusión inicial a un objeto, actitud o lo que fuera de la realidad, si la hubo. La consecuencia era que ahora mi entero mundo debía dirimirse entre cosas sobrentendibles y cosas no sobrentendibles, con un criterio de ordenamiento incierto, seguramente errático.
   Segunda indefinición: "se dan", reflexivo que alude a un colectivo nebuloso. Si me hubieras dicho "yo doy", supongo te hubiera agotado a preguntas, te hubiera exprimido la vitalidad a costa de obtener un orden: las cosas claras. Es decir, quien, qué cosa, en qué circunstancia física y por qué lapso de tiempo, en una enumeración exhaustiva y no modalizable por antojos de esos supuestos colectivos que solo sirven para desconcertar animales de pezuñas partidas.
   Tercera indefinición: "por sobrentendidas". Me valgo de la ayuda del diccionario: Se trataría de "Entender algo que no está expreso, pero que no puede menos de suponerse según lo que antecede o la materia que se trata. Qué se yo, estábamos hablando de cosas, de alguna de las cuales debía desprender alguna conclusión, dirimir un comportamiento o quizás inhibir una reacción. Es todo demasiado difícil.
   Es por eso que nosotros rumiantes preferimos el pasto y las llanuras. Mucho de una cosa, poca variedad, bastante tiempo y nadie nos molesta si la saliva se cae de la comisura del labio o no. Solo pedimos un poco de sombra, y nos asustamos con los movimientos bruscos. Si somos algo para alguien, o alguien para algo, algo para algo o alguien para alguien (fabulosa propiedad intercambiable de los sujetos) es menos importante que el pasto, que no se queja al crecer, ni al ser comido.
   Se trata exactamente de hacer lo que es preciso hacer, aunque demasiado tarde. Entonces nos decidimos con una conclusión palmaria e inapelable: era una boluda. Claro que al no estar la boluda enfrente, inmediatemente acude la sospecha de que quizás los boludos somos nosotros, inaugurando una nueva rumiación sobre los atributos intrínsecos y extrínsecos de la boludez, lo que solo se ve interrumpido por la palmada inoportuna del mozo, o de la policía, o de la misma muerte que nos encuentra ocupados en... en... ¿en qué era?